En un entorno económico donde la innovación y la tecnología impulsan los modelos de negocio, la ciberresiliencia ya no es solo un tema de seguridad: se ha convertido en un factor diferenciador para la competitividad empresarial.
Las empresas que integran la ciberseguridad en su estrategia logran mayor agilidad para adaptarse a los cambios del mercado, ganan confianza entre sus clientes y socios, y pueden responder de manera efectiva a crisis o interrupciones. En contraste, quienes no lo hacen se exponen a vulnerabilidades que pueden traducirse en pérdidas financieras, reputacionales y regulatorias.
La Encuesta Global Digital Trust Insights 2025 de PwC reveló que solo el 2 % de los ejecutivos asegura haber implementado medidas de ciberresiliencia en toda su organización. Esta baja adopción genera brechas críticas que afectan directamente la capacidad de competir.
Por ejemplo, menos de la mitad de las empresas mide de forma efectiva el riesgo cibernético, y apenas un 15 % cuantifica su impacto financiero. Sin estos datos, es imposible tomar decisiones estratégicas informadas sobre inversión tecnológica, cumplimiento regulatorio o innovación.
Otro punto que limita la competitividad es la débil participación de los Chief Information Security Officers (CISO) en la toma de decisiones estratégicas. Al no estar presentes en los espacios donde se define el rumbo del negocio, sus aportes no se integran de manera efectiva, lo que deja a las organizaciones mal preparadas ante amenazas como violaciones de seguridad en la nube, ataques a terceros o vulnerabilidades en productos conectados.
Además, la falta de preparación frente a amenazas emergentes impide que las empresas aprovechen plenamente tecnologías como la inteligencia artificial. Aunque muchas organizaciones están adoptando esta herramienta, enfrentan obstáculos como la falta de políticas internas estandarizadas o la desconfianza de las partes interesadas. Superar estas barreras es clave no solo para protegerse, sino para innovar y escalar de forma segura.